miércoles, 9 de junio de 2010

PUERTO HURRACO

PUERTO HURRACO

Quizá no tendría que haber escrito este artículo, porque supongo que los aludidos en él tienen derecho a que se les olvide, y la última noticia referida al caso –el suicidio por ahorcamiento del último de los condenados– es ya de por sí lo bastante triste. Pero hojea uno la prensa dominical y, en medio del sostenido bostezo que produce la actualidad nacional, lo único que resiste una lectura serena y distanciada es esta noticia. Ha muerto, veinte años después de la célebre matanza, el último de los asesinos de Puerto Hurraco. Todo el mundo recuerda el caso. Después de incubar durante años un odio referido a oscuros conflictos de lindes, a unos amores contrariados, incluso a la muerte nunca aclarada de la madre de los futuros asesinos, un domingo de agosto de 1990 éstos se armaron hasta los dientes y mataron a nueve vecinos de su pueblo.

Los crímenes horribles no son privativos de ninguna región o país ni de ninguna forma de vida particular. Ocurren en todas partes, y en todas partes opera el bendito instinto humano de considerar, contra toda evidencia, que esos sucesos son siempre singulares y excepcionales. Pero, en el caso de la matanza de Puerto Hurraco, la difusión de la noticia se adornó de inmediato con los tópicos sobre la llamada “España negra”. Influyó en ello, por supuesto, el entorno rural en el que ocurrió el crimen: si hubiera sucedido en una discoteca del extrarradio madrileño, pongo por caso, a nadie se le hubiera ocurrido esa generalización abusiva. También tuvo su peso el propio nombre del lugar, que parecía sacado de una novela tremendista. Y fueron determinantes, sobre todo, nuestros propios complejos respecto a la violencia inmotivada y ancestral, como si no hubiera español que no escondiera un cadáver en el armario o tuviera pendiente alguna deuda de sangre contraída por un antepasado.

No tengo yo la solución a este enigma. La propia aburridísima actualidad de la que hablaba antes ofrece ejemplos al respecto: anda medio país enfrentado al otro medio (excluida, claro está, la amplísima mayoría silenciosa, que también la hay) por el enjuiciamiento de un juez que pretendió investigar los crímenes del franquismo. De nada sirven las voces que aconsejan cordura, o las que alegan que hay otras cuestiones que considerar: han salido a relucir todos los fantasmas del pasado, y se han vuelto a invocar, como a los viejos fantasmas que movieron a los asesinos de Puerto Hurraco, a los muertos de uno y otro bando en la ya lejana, pero no olvidada ni superada, guerra civil. Todos guardamos uno en el armario, y lo sacamos gustosamente a pasear cuando la ocasión invita a esgrimirlo contra el contrario. Puede que eso explique la pervivencia de los tópicos asociados a la España Negra. Ésta reúne lo único que tienen en común las dos Españas que vociferan: un pasado sangriento.


Publicado el martes en Diario de Cádiz

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